
El tema de tapa de este mes de agosto de 2025, en la edición número 69 de nuestro boletín digital ANUNCIAR Informa, está dedicado a quienes llevan una misión silenciosa pero profundamente transformadora: los catequistas. El 21 de agosto los celebramos, en coincidencia con la memoria de san Pío X, el Papa que impulsó con fuerza la catequesis infantil y promovió tempranamente el acceso al sacramento de la comunión.
El catequista. Esa figura que muchas veces permanece en segundo plano, bajo la sombra del sacerdote, pero cuya tarea es esencial. Es quien tiene entre sus manos la responsabilidad de sembrar y acompañar el crecimiento de la fe. A través de su palabra, su testimonio y su cercanía, cultiva corazones, alimenta el espíritu de quienes inician el camino cristiano y, sobre todo, los guía en un proceso que suele estar cargado de dudas, prejuicios y temores. Allí, en ese terreno delicado, la presencia del catequista se vuelve fundamental.
Recuerdo que hace muchos años, durante una entrevista para mi programa de radio “El Alfa y la Omega”, conversé con el coordinador de catequesis de Costa Rica. Aquel sacerdote me dejó una frase que aún resuena con fuerza en mi memoria: “En una parroquia puede haber muchos movimientos, asociaciones y servicios, pero si no hay catequistas, esa comunidad está muerta”. Lo dijo con convicción, y no hizo falta agregar nada más.
Esa afirmación resume con claridad la importancia del catequista. No es simplemente quien nos enseña las oraciones básicas o nos hace memorizar las respuestas del catecismo. Es mucho más que eso. El catequista asume, con humildad y valentía, la responsabilidad de anunciar el Evangelio allí donde es llamado. Lleva en su mochila no solo libros y materiales, sino la certeza de haber sido enviado. Porque ser catequista no es un voluntariado ocasional: es una vocación.
Lo viví en carne propia cuando, en junio de 1995, después de tres años de intensa formación, recibí el título de “catequista diocesano” del obispado de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. Mons. Silva, en aquel entonces obispo, quien nos entregó los diplomas, nos dio también el mandato: salir, ir, anunciar. Nos recordó que, como laicos, tenemos la posibilidad –y el deber– de llegar a lugares donde los sacerdotes quizá nunca puedan entrar. Nuestra misión es llevar la buena nueva a todos los rincones, sin distinción ni condiciones.
El catequista no camina por impulso personal, sino porque ha sido llamado y enviado por la Iglesia. Tiene un mandato claro: mostrar a cada persona el rostro misericordioso de Dios, ese Padre que nunca abandona.
Y, aunque ejerce una tarea formativa, el verdadero catequista no se presenta como dueño de la verdad, ni como un sabio que ilumina desde lo alto. Por el contrario, se reconoce peregrino, buscador, compañero. Sabe que es un instrumento en manos de Jesús, sostenido por la gracia y fortalecido en medio de las dificultades.
Formamos parte de una marcha inmensa de creyentes que atraviesa los siglos. Esta historia de fe comenzó con el pueblo de Israel, siguió con la Iglesia y llegó hasta nosotros, hoy, aquí, con la misma urgencia de siempre.
Por eso celebro este día con alegría, junto a todos mis hermanos catequistas. Porque en este mundo que parece haberle cerrado las puertas a Dios –aunque su necesidad de Él sea más grande que nunca–, tenemos la misión de abrir nuevos caminos. Que nuestro “sí” sea como el de María: valiente, generoso y sin condiciones. Que podamos seguir anunciando a Jesús con convicción, llevando en nuestra mochila las herramientas de la fe y los valores que este tiempo clama con urgencia.
¡Feliz Día del Catequista!

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Alfredo Musante Martínez
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 69 que corresponde al mes de agosto de 2025.