
Entusiasmada en mi nuevo ciclo de clases en teología, segura estoy de que me explicarán que Dios era y es “gratuito”, que Su Gracia es “gratuita” y que no todo lo que hacemos en esta vida viene dado como respuesta a un ¿para qué?, sino que se vale sacar un “Buenos días” desde el alma porque Dios nos ama “gratuitamente” y no en la medida que podamos serle útil.
Desearse felicidad mutuamente es algo que no todos llevan en la piel; incluso entre amigos a veces sólo funciona de cuando en vez, cuando la sonrisa, seguida de unos buenos días y un ¿cómo estás? es cedida gratuitamente en virtud de algún fin. Y es entonces un hallazgo curioso percatarse de que alguien sonría hoy sin segundas intenciones, sólo por el mero hecho de sonreír y mostrar alegría sincera.
Esta comercialización de la sonrisa, incluso en el plano de la amistad y hasta en el plano familiar, me parece una de las pestes más graves de este tiempo. Me causa mayor oprobio saber que a veces nos educan para ello: miles de mamitas, abuelitas y tiitas empujan a sus hijos, nietos y sobrinos a medir sus amistades netamente en proporción directa al beneficio que de los amigos puedan obtener, sin tener en cuenta el valor humano como fruto de la grandeza de la persona y, por consiguiente, la amistad.
Grosamente defino lo expresado como el arte de “sacarle el jugo” a la naranja hasta estrujarla sólo si esta viene con colorido y azúcar, porque de lo contrario se desecharía a la basura.
Apreciados lectores les reseño que he llegado a comer unas naranjas muy dulces, aun sabiendo que su apariencia no era del todo “naranja” al principio. Es así como la vida me ha colmado de estupor, con gratas sorpresas, a pesar de percibir genuinamente amargura.
Porque no todas las naranjas son dulces…
¡brutal!
Bajo esta premisa, podemos afirmar categóricamente que en la verdadera dinámica relacional se vale -también- sonreír “gratuitamente”– para “gratuitamente” recibir lo que Dios desea para nosotros, siendo “gratuitamente” felices junto a los demás, aunque para algunos sonará, esto último, como una cuestión “cursi”.
La mera VERDAD es que para construir – internamente- la dinámica familiar, es necesario que todos los miembros estén dispuestos a amarse y donarse “gratuitamente”, para que luego esos aires del Reino de los “Buenos días” sean exportados al mundo, desde dentro.
Recuerdo que hace algunos años solía recibir la llamada de una prima hermana, cada tanto tiempo, y luego de un cariñoso saludo, con aires de frialdad, me vendía unos anillos y aretes que eran -según ella- tendencia del momento. Alcancé a comprar un par de ellos y luego de un tiempo, no llamó más. No nos vimos más.
Es evidente que sería así porque su la cortesía enmarcaba sólo un propósito utilitario.
No estoy queriendo decir con esto que estuvo mal vender los aretes, me refiero a que el vínculo familiar estaba subordinado sólo a la compra; en el momento que dejé de comprar se agotaron los Buenos días.
Y aunque este tema de para más, concluyo estas líneas recordando aquello que nos cita san Mateo, aludiendo a las palabras de Jesús:
“Busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás llegara por añadidura”.
Intuyo, además, que al escribir estas líneas seré escudriñada, -por algunos-, con sospecha, pero urge que nos deseemos felicidad y segura estoy de que lo que ¡estallará! no será precisamente una bomba.
Despierto, abro los ojos, me calzo y CAMINO.
Me percato de que desde mi ventana brilla el sol.
El reino de Dios comienza con una sonrisa, seguida por un Buenos días…

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 69, que corresponde al mes de agosto de 2025.