El tema de tapa de diciembre de 2025, en la edición número 73 de nuestro boletín digital ANUNCIAR Informa, se centra en esa imagen del pesebre vacío, y no porque Jesús no esté en él, sino porque para la mayoría de los católicos pasa desapercibido, no les genera interés, lo minimizan, cuestionan que haya nacido en esta fecha y lo rodean con un centenar de dudas y comentarios banales.
La noche del 24 de diciembre, conocida como Nochebuena, ha ido perdiendo relevancia para muchos católicos, y esto tiene varias explicaciones ligadas a la historia, la cultura y la práctica religiosa. Originalmente, la celebración se centraba en la Misa de Gallo, un rito que se realizaba a medianoche para conmemorar el nacimiento de Jesús. Con el tiempo, la liturgia se diversificó y hoy existen varias misas navideñas en distintos horarios, lo que ha disminuido la centralidad de la medianoche como momento simbólico único de la celebración.
Otro factor es el cambio cultural en torno a la Navidad. Muchos católicos han visto cómo el sentido espiritual de esta fecha se ha mezclado con lo material y lo festivo. Las cenas familiares, los regalos y las reuniones sociales han ganado protagonismo frente a la vigilia religiosa. Esta transformación social hace que la noche del 24 sea percibida más como una ocasión para reunirse, comer y beber en exceso, escuchar música y tirar pirotecnia, que como un momento de devoción profunda.
El estilo de vida moderno también influye. La secularización y las obligaciones laborales dificultan que muchas personas asistan a la misa nocturna. Aunque se identifican como católicos, muchos no participan activamente en las celebraciones litúrgicas, y esto afecta directamente la relevancia que se le da a la Nochebuena.
La hibridación con tradiciones populares y antiguas festividades paganas ha modificado aún más el simbolismo de la noche del 24. Muchas costumbres actuales, como la decoración, los villancicos y ciertos rituales familiares, provienen de antiguas fiestas del solsticio de invierno adaptadas por la Iglesia. Esto ha generado que la Nochebuena se viva más como una tradición cultural que como un rito estrictamente religioso.
Además, la Iglesia contempla la Navidad como un tiempo litúrgico que va más allá de la noche del 24. La celebración comienza con las primeras vísperas y se extiende durante varios días, lo que permite que los creyentes vivan la Navidad en distintos momentos. Esta ampliación temporal contribuye a que la noche específica del 24 ya no sea vista como imprescindible para experimentar plenamente el sentido de la festividad.
En conjunto, estos factores explican por qué muchos católicos hoy otorgan menos importancia a la Nochebuena. No se trata necesariamente de una pérdida de fe, sino de una transformación en las prácticas, prioridades y significados asociados a la celebración. La Nochebuena sigue siendo valiosa, pero su rol central ha sido desplazado por otros elementos de la Navidad moderna, entre ellos el usurpador de la festividad: Santa Claus o Papá Noel.
Esta evolución invita a reflexionar sobre cómo vivir la Navidad de manera consciente y espiritual. Más allá de la cena y los regalos, se puede recuperar el sentido original de la celebración, reconectando con la vigilia, la oración y la contemplación del nacimiento de Jesús. La clave está en equilibrar lo festivo con lo espiritual, para que la noche del 24 recupere, aunque sea parcialmente, su significado profundo dentro de la fe católica.
La Nochebuena, entonces, sigue siendo un momento potencial de encuentro espiritual, pero su relevancia depende de las decisiones personales y de cómo cada familia o comunidad elija vivir la Navidad. La historia, la cultura y la práctica actual muestran que la fe se adapta, y que la espiritualidad puede expresarse de maneras diversas sin perder su esencia.

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Alfredo Musante Martínez
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 73 que corresponde al mes de diciembre de 2025.
