Estamos en una época, en un momento donde se rompen muchos paradigmas, donde se caen estructuras mentales. Tenemos un “enemigo”, que según las fuentes oficiales, es invisible y mortal: compro ambas. Es invisible y mortal; no compro la parte de “enemigo”. Yo, humildemente, creo que más que enemigo, es algo así, como una señal de alto, simplemente eso. Dejó de lado las teorías conspiranoicas (a las cuales algunas adhiero) y el cuentito del murciélago. El universo nos va enseñar algo, necesita que paremos. Párate y piensa… (Me decían los jesuitas en el colegio donde asistí desde mi más tierna edad). Pero… ¿qué cosa tengo que pensar?
Los budistas siempre están atentos a todo lo que pasa a su alrededor, es parte de su filosofía, estar atento, saber que pasa en su entorno. Estamos frente a un hecho que nos obligó a frenar nuestro trajín cotidiano, tuvimos que dejar de lado nuestras citas impostergables, nuestro horario laboral súper estricto, nuestros apuros, en fin, nuestra vida sin vida. ¡Gracias Coronavirus por ayudarnos! Por explicarnos que por ahí, no pasa la vida, que hay que reflexionar, hay que estar atento a nuestros seres queridos, si necesitan algo, a nuestros padres, ya mayores, de riesgo. ¿Hace cuanto no hablas con tu vieja? ¿O con tu viejo? ¿Hace cuanto que no pasas tiempo con tu hijo? ¿Te das cuenta que de un momento a otro todo lo que creías que estaba ahí ya no está?
Estamos en un momento donde debemos centrarnos en nuestro eje, tiempo de introspección, de pensar (como el “párate y piensa” de los jesuitas), de hacer balance y decidir cómo queremos que sea nuestra vida luego de esta cuarentena. ¿Estamos dispuestos a prestarle atención a las cosas realmente importantes de la vida?
Este virus no hizo más que mostrarnos que no tenemos nada controlado, que casi nada manejamos, aunque creamos que lo tenemos todo bajo control, en esta vida sin vida que mencioné antes. Hay un plan más grande, divino y perfecto. Utilicemos esta situación para sacar provecho de ella, para compartir tiempo con nosotros mismos. Aprendamos a querernos. Para finalizar esta editorial me gustaría compartir algo que leí por ahí y me gustó mucho, cuadra perfecto en este momento.: “Los pulmones de la tierra necesitaban respirar, los árboles dejaron de ser talados, las personas odiaban más que lo que amaban, los padres necesitaban pasar más tiempo con sus hijos, el rico pensaba que el dinero podía comprar la felicidad, el futbolista tenía más éxito que el médico, el stress hacía temblar corazones y las razas levantaron fronteras”.
Un día, de repente, el mundo se paró y entonces la tierra comenzó a respirar aire puro, las aguas se volvieron cristalinas, los animales comenzaron a habitar en paz, la naturaleza que es tan mágica, ella misma está limpiándose del mal que le hicimos. Los hombres en su lejanía se dieron cuenta de que se amaban, se quedaron en casa, leyeron libros, escucharon música y descansaron. La familia nuevamente estaba unida.
La gente aplaudía desde sus balcones a los verdaderos héroes. Nuestras mentes se serenaban, ya no había prisas. El mundo entero se unió convirtiendo los cinco continentes en uno solo. Tuvimos miedo, miedo a lo desconocido, a la incertidumbre de la duración de la pandemia, a contagiarme, a contagiar, miedo por nuestros familiares, por nuestros amigos. Miedo. De repente todo se para. En ese momento entendemos el valor que tienen las pequeñas cosas, justo cuando nos las quitan. Las cosas importantes, a las que antes no le dábamos importancia y se daban por sentado, comenzaron a adquirir otro matiz y le dimos su importancia real. El poder curativo de los abrazos, el olor de tu familia, el reír con los amigos por cualquier insignificancia, el pasear por la playa, el sentir la brisa del mar, en fin: el poder salir.
Estamos viviendo algo insólito, el año que la tierra nos obligó a detenernos. Éramos ricos y no lo sabíamos. 2020 vaya lección que nos estás dando. Luego de esto mis queridos lectores. Sobran las palabras. Cuídense.
Ignacio Bucsinszky