¿De qué se trata?
Los católicos creemos en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, como expresión del amor de Dios que ha surgido en medio de un mundo sumergido en odios, confusiones, rencores, envidias y divisiones, contrario a la comunión entre hombres.
En este contexto, Jesús vive para enseñarnos a gustar de Su presencia en la comunidad de hermanos, desde la unidad con Él, por Él y para Él.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, san Pablo nos exhorta sobre esta gran verdad, enfatizando que la verdadera experiencia comunitaria viene dada por una comunidad de Fe que ha experimentado una comunión con Dios y desde ahí, Su fuerza vivificadora, suscita la comunión entre hombres, identificados auténticamente por sus nombres, en señal de acogida fraterna.
La fraternidad, en este marco, pasa a ser entonces el signo de Su presencia, porque reconoce y valora al prójimo, a sabiendas de las debilidades humanas propias. Es la certeza de sabernos aceptados tal cual somos, aún con nuestras maneras imperfectas de amar, pero enlazados en la verdad que nos une a Cristo: Dios, hecho hombre en medio de nosotros.
El amor fraterno no es excluyente, porque Jesús, confiando en QUIEN le envió, no excluyó a nadie; por lo tanto, somos llamados a seguir sus huellas. Desde este sentir, la Iglesia se sigue concretando en comunidades, como expresión de Corpus Christi.
No se trata de grupos que viven en el anonimato, sino más bien de hombres y mujeres que participan “auténticamente” del amor de Dios para disipar las tinieblas del mundo.
Celebremos el Corpus Christi, ¡en comunidad!
Isabella Orellana
Para ANUNCIAR Informa (AI)