
Los laicos son aquellos fieles que, habiendo sido bautizados, no han recibido el sacramento del orden sacerdotal ni han profesado votos religiosos en una orden o congregación. Constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios y viven su fe en medio del mundo, en sus familias, trabajos y entornos sociales.
Uno de los aspectos negativos en el caminar de dos mil años en la vida de la Iglesia ha sido, en algunos momentos y en algunos lugares, creer y asumir que la inmensa tarea pastoral depende únicamente del clérigo. Esto es un grave error que tiene su recurrencia. En el principio de la vida de la Iglesia el papel de los laicos fue muy importante, tanto de los hombres como de las mujeres. El primer impulso evangelizador de la Iglesia se realizó a través de laicos.
Posteriormente, poco a poco por la idea de que la perfección cristiana obliga a retirarse del siglo y concentrarse más en la vida interior y cambiar el modo de vestir y de actuar, se fue haciendo la idea de que lo importante era el estado clerical, y por lo tanto se requería vestir un hábito y pertenecer a una orden, lo que contradecía los inicios de la tradición cristiana donde la orden de las viudas, de las vírgenes, entre otras, eran órdenes laicales.
Es así como 1962, en la celebración del Concilio Vaticano II, uno de los temas obligatorios y centrales fue restituir al laico, al seglar, su lugar imprescindible en la actividad de la Iglesia Católica, para que los laicos no sólo fueran objeto de la evangelización sino protagonistas y responsables de esta tarea; de ahí surgió el Documento del Concilio llamado “Apostolicam actuositatem” que está de dedicado al laico.
En este orden, su rol dentro de la Iglesia Católica es fundamental y ha experimentado una evolución significativa, especialmente a partir del Concilio. Lejos de ser meros receptores pasivos de la fe, los laicos son reconocidos como miembros activos y corresponsables de la misión de la Iglesia, teniendo como orientación principal la de santificar el mundo desde dentro y en los ámbitos de acción y realidades concretas que le son muy propias: familia, trabajo, sociedad, política, cultura, educación.
El Concilio Vaticano II, al enfatizar en la corresponsabilidad de todos los miembros de la Iglesia deja claro que los laicos no son simplemente “ayudantes” del clero, sino que tienen su propia vocación y misión específica. Existe una complementariedad entre el ministerio ordenado y la misión de los laicos, donde ambos se enriquecen mutuamente para el bien de toda la Iglesia.
Y desde esta antesala, emana entonces el redescubrimiento del liderazgo laical como una verdadera gracia para la Iglesia por ser la presencia más profunda en el mundo, en medio de los gritos, esperanzas y anhelos de la gente.
Partiendo de mi propia experiencia, puedo afirmar que el liderazgo del laicado es siempre muy auténtico y necesita una enorme capacidad de análisis, adaptabilidad y sabiduría para estar en el mundo y situarse adecuadamente en cada lugar y así impulsar más Reino en cualquier contexto.
¡Sal y luz!

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 67, que corresponde al mes de junio de 2025.