
Para esta edición de junio de ANUNCIAR Informa, elegí enfocar el tema de tapa en algo que, aunque parezca liviano, me resulta profundamente inquietante: el poder que ha adquirido la idea de tendencia. Esa palabra, tan instalada en nuestro día a día, ha dejado de ser un simple reflejo de preferencias colectivas para convertirse en una fuerza que guía —y muchas veces condiciona— nuestra manera de vivir, actuar y pensar.
Podría parecer un tema trivial, lo sé. Pero lo curioso es que esas corrientes que muchos siguen sin pensar, funcionan como coordenadas para moverse dentro de una sociedad cada vez más acelerada. Las redes sociales, en este sentido, no han hecho más que amplificar un fenómeno que ya existía, volviendo urgente lo que antes era opcional. Hoy, estar “fuera de tendencia” parece casi un acto de rebeldía o de descarte.
Si uno se detiene un segundo a pensarlo, la tendencia ha dejado de ser una mera inclinación para convertirse en una especie de mapa social. Elegimos qué vestir, qué mirar, qué decir e incluso qué sentir, no siempre por convicción, sino por miedo a quedar relegados. Las decisiones, muchas veces, ya no son libres. Están condicionadas por un entorno que nos bombardea con referentes, modelos de éxito, estilos de vida idealizados y consumos que prometen completarnos.
Lo veo en la forma en que la gente compra. En cómo se comporta frente a un lanzamiento. En la ansiedad por poseer ese objeto que se convierte en símbolo. Hay quienes, sin siquiera cuestionarlo, viven inmersos en esa carrera por la novedad. Y no hablo solo de moda en términos de ropa. Me refiero a la moda como mecanismo, como estrategia de pertenencia. Como esa necesidad constante de decirle al otro: “estoy en sintonía”.
El problema surge cuando se pierde la noción de límite. Cuando la búsqueda de identidad se reemplaza por la copia automática. Cuando el criterio personal cede ante la validación externa. Lo noto especialmente en los más jóvenes. Son esponjas de lo que ven y muchas veces replican sin filtro discursos o actitudes que no comprenden del todo, solo porque eso “es lo que se lleva”. Y ahí es donde la tendencia deja de ser una elección y se convierte en trampa.
No estoy en contra del cambio, ni del juego con lo nuevo. Pero sí cuestiono la falta de conciencia con la que a veces nos sumergimos en esta dinámica. Hay una delgada línea entre seguir una moda y ser dominado por ella. Y cruzarla puede tener costos: económicos, emocionales, familiares.
Al final del día, lo que debería ser una herramienta de expresión, se transforma, si no se maneja con cuidado, en una cárcel disfrazada. Por eso, no está mal seguir una tendencia. Lo que está mal es no saber por qué lo hacemos.
De vos depende.

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Alfredo Musante Martínez
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 67 que corresponde al mes de junio de 2025.