
Queridos lectores, en este número del boletín quisiera, como es la costumbre de este repetitivo Director, acompañarlos en una reflexión sobre un tema que, por lo general, damos por sentado y del que quedamos presos por sus efectos y peso nefasto. Como reza el título de esta desprolija editorial, el camino que vamos a transitar tiene que ver con “La Culpa”. Me gustaría darle una vuelta de rosca a este tema y que sea motivo de introspección a la que pienso conducirlos. Mirar de frente un poco de sombra es, a veces, hasta revelador.
A modo de introducción, este “kamikaze” Director va a lanzar la bomba y piensa morir estoico en estas líneas. Puedo inferir, como puntapié inicial, que la culpa es una gran “puerta de atrás” para escaparnos de lo que no queremos hacernos responsables; es decir, de aquellas situaciones en las cuales deberíamos “tomar el toro por las astas” y, sin embargo, nos corremos a un costadito y, elegante y convenientemente, eludimos. De paso, quedamos en el rol de víctima, en el “no me digan nada que me siento mal”, dejando claro que no voy a tomar esa responsabilidad.
Desde la humilde perspectiva de quien suscribe, y como ejemplo audiovisual nro. 1, podríamos comenzar a caracterizar este “Lado B” de la culpa desde las relaciones interpersonales, familiares. El sujeto siente culpa por no estar a la altura de lo que se espera de él. Podríamos ilustrar un seno familiar donde, seguramente desde la carencia, los padres de nuestro héroe pretenden que triunfe en la vida de la manera que ellos no pudieron. Lo exigen, pero no le dan herramientas para completar la misión porque, simplemente, no las tienen. Esto, como crónica de una muerte anunciada, lleva inevitablemente a la frustración y a la famosa culpa.
—”Pero escuche, Sr. Director, usted nos vendió una ‘vuelta de rosca’ a este tema y, sin embargo, está simplemente replicando el mal del 90% de los hijos del mundo mundial”.
—”Mi querido y ansioso lector, déjeme que le explique…”
A pedido de mi perspicaz público, voy a explayarme un poco más en este giro, casi sinuoso, donde me estoy metiendo. Lo que debemos tener presente y a la luz es que, para evitar esta puerta de atrás —este escape casi clínico—, hay que hacerse cargo de lo único que tenemos a cargo: nosotros mismos. Al momento de nacer se nos dio un único humano a cargo, para cuidarlo y, principalmente desde el alma, hacerlo crecer. Es la única tarea. Basado en esto, un gran paso para cumplimentar dicha tarea es, justamente, crecer y, por ende, tomar responsabilidad.
Alguna vez escuché por ahí una máxima que reza de la siguiente forma y que, siempre que la aplico, funciona al 100% desde todas sus aristas: “Cada uno hace lo que mierda puede con lo que tiene”. (Nota del autor: nótese el condimento extra para realzar el sentido de la máxima).
Si esto lo vamos desmechando un poco y lo relacionamos con lo expuesto más arriba, tiene que ver con que, a pesar de las exigencias que nos impone la vida y la gente —nuestro círculo más cercano—, hay que tener claro que el entorno es como es, no como uno quisiera. Por eso, a veces lo sentimos indiferente u hostil. Nosotros, frente a esto, debemos actuar en concordancia con nuestra única tarea: cuidar el humano que tenemos a cargo y tomar la responsabilidad de crecer, avanzar, tomar decisiones, hacer lo que la vida nos plantee en ese momento.
Esto es una suerte de empezar a ver las cosas desde otro lugar, desde otra perspectiva: salir del victimismo, de la comodidad de la culpa, para enfrentarse a la vida y hacer lo que hay que hacer en cada momento. Somos nosotros; no necesitamos la validación de quienes, muchas veces, no tienen las herramientas ni la menor idea de cómo hacerlo.
“El camino así es”. (El Mandaloriano).
Hablando de responsabilidades y obligaciones, me despido con la premisa, como siempre hago, de instarlos a ser felices.

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Argentina
Ignacio Bucsinszky
Este artículo esta publicado en el boletín digital, número 70, que corresponde al mes de septiembre de 2025.