
Un refugio que se fortalece en la Palabra, la fe y la tradición viva de la Iglesia
“Hace algunos, bueno muchos años, mi refugio es Dios, para enfrentar la soledad, el desamor, los sinsabores, las traiciones, las alegrías, los logros, mis fracasos y todo lo que me acontece siempre mi refugio es Dios. Permite que Dios sea tu refugio, tu roca, tu fortaleza, tu corazón. Verás que todo comienza a tener un nuevo color y sentido…”
Con estas palabras cerrábamos la primera parte de esta reflexión, un testimonio íntimo que revelaba cómo el amor de Dios se convierte en un amparo constante en medio del dolor y la incertidumbre. Hoy, retomamos ese camino. Desde la experiencia vivida hasta el corazón mismo de la fe católica, profundizamos en esta certeza que no solo se siente, sino que se vive: Dios es nuestro refugio.
Yo simplemente intento poner todo lo que esté a mi alcance esforzándome, pero sobre todo convencido de que Dios es mi refugio. En la vida del creyente católico pocas afirmaciones ofrecen tanto consuelo y fortaleza como ésta: Dios es mi refugio. Estas palabras profundamente enraizadas en la Sagrada Escritura nos hablan de la relación de confianza absoluta que el ser humano puede tener con su creador frente a las adversidades, la incertidumbre y el dolor, el alma que se acoge a Dios encuentra protección, paz y esperanza. Así que esta reflexión desde la perspectiva católica está fundamentada en la Biblia, la tradición y la experiencia espiritual de la Iglesia y desde el Antiguo Testamento, Dios se presenta como un amparo seguro para su pueblo.
El Salmo 46 comienza con una declaración contundente. “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, defensor siempre en el peligro”. Esta imagen de Dios como un escudo protector atraviesa toda la historia de Israel, especialmente en los momentos de mayor tribulación como la esclavitud en Egipto, el exilio en Babilonia y las persecuciones. Los salmistas claman a Dios no sólo como juez o legislador, sino como un lugar seguro, una roca, una fortaleza. Y en el Salmo 91 profundizamos esta confianza “Diré al Señor, Tú eres mi refugio y mi baluarte, mi Dios en quien confío”. Esta confianza no es ingenua ni mágica, nace de la certeza de que Dios acompaña a su pueblo y no lo abandona, aunque las circunstancias humanas sean difíciles.
Ya en el Nuevo Testamento esta imagen de refugio se personaliza en Jesucristo. Él mismo invita “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré”. Mateo 11 versículo 28 En Jesús, Dios no sólo protege desde lo alto, sino que se hace cercano, sufre con nosotros y por nosotros, su cruz se convierte en el refugio supremo del pecador y su resurrección es la garantía de la victoria final, sobre todo mal. La Iglesia católica enseña que confiar en Dios es parte esencial de la fe teologal. El catecismo de la Iglesia católica lo expresa así: La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Y esta adhesión no es sólo aceptación de verdades, sino una entrega confiada a aquel que es fiel.
Y Dios no nos promete una vida sin sufrimientos, pero sí asegura su presencia fiel en medio de ellos. Santa Teresa de Ávila afirmaba, “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta”.
Y este solo Dios basta resume la experiencia del alma que se ha encontrado en él y en su refugio. Gracias por tu valiosa lectura y atención, nos reunimos muy pronto.

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde México
Rafael Salomón
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 70, que corresponde al mes de septiembre de 2025.