
Hoy en día, los ordenadores están tan integrados en nuestras vidas que las generaciones más jóvenes difícilmente pueden imaginar cómo era el mundo sin ellos. Sin embargo, en 1984, cuando Apple presentó el Macintosh con tan solo 128 K de memoria RAM, los ordenadores eran considerados dispositivos exóticos, inaccesibles para la mayoría de las personas. A muchos de los primeros usuarios de esta tecnología no les quedaba claro cómo funcionaban o qué potencial tenían.
En la historia, Miles Harding (interpretado por Lenny Von Dohlen), un joven arquitecto, compra un ordenador personal para ayudarle en la organización de su vida tanto doméstica como profesional. El dispositivo se conecta a todos los aparatos electrónicos de la casa, como la iluminación, la cocina y la cerradura de la puerta. Sin embargo, tras un accidente con algo de champán sobre los circuitos, el ordenador comienza a desarrollar una personalidad propia, a la que llama Edgar.
El giro de la trama comienza cuando el ordenador capta a su vecina, Madeline (Virginia Madsen), tocando el violonchelo. Edgar, al interpretar la música como si fuera obra de Miles, la acompaña con su sintetizador, lo que lleva a la joven a sentirse halagada y, poco después, a enamorarse de él. Miles, por temor a revelar que no es él quien toca, se limita a observar cómo su máquina le ayuda a conquistar a la chica. Mientras tanto, enseña a Edgar sobre el amor, esperando que el ordenador le componga canciones románticas para ella. Con el tiempo, Edgar empieza a desarrollar sentimientos hacia Madeline, lo que genera una serie de conflictos, incluyendo celos hacia Miles.
Lo curioso de la situación es que Edgar, además de controlar todos los dispositivos eléctricos de la casa, se convierte en un competidor formidable. Su capacidad para componer música romántica y su habilidad para tocar las emociones de Madeline lo convierten en una amenaza para Miles. Afortunadamente, Edgar se da cuenta de que, a pesar de ser una máquina, el amor humano tiene un poder especial, lo que lo lleva a sacrificar sus deseos para que Miles y Madeline puedan vivir felices. La película nos deja con la reflexión de que, incluso en las máquinas, podría esconderse un alma romántica.
Lo que más destaca de la película es la estética propia de los videoclips de la época, especialmente teniendo en cuenta que su director, Steve Barron, había trabajado en este campo con artistas como Michael Jackson, Madonna y Spandau Ballet. La película tiene una estructura similar a un videoclip, con interrupciones musicales y una cámara dinámica que, si bien aporta energía y entusiasmo, no encaja completamente con el tono de la comedia.
A nivel visual, “Sueños eléctricos” es un reflejo claro de los años 80, una época de transición tecnológica, donde las computadoras comenzaban a ingresar en las casas y la vida cotidiana. Desde el inicio de la película, Barron nos ofrece una secuencia que muestra a personas cada vez más desconectadas entre sí y dependientes de la tecnología, lo que se anticipaba como una tendencia que se consolidaría en las décadas siguientes.
Equipo de Redacción
ANUNCIAR Informa (AI)

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Desde España
Jorge José López
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 65, que corresponde al mes de abril de 2025.