No existe una fecha precisa ni un acto inaugural que lo determine. Nadie puede señalar el instante exacto en que escribir deja de ser un pasatiempo y se convierte en una necesidad. Es un proceso silencioso, una transformación interior que ocurre sin testigos y que, una vez consumada, vuelve imposible dejar de hacerlo.
Podríamos acotar el término a quienes se dedican a la narrativa, la poesía o el teatro. Son muchos los que escriben, pero no todos pueden llamarse escritores. No basta con llenar páginas o participar en talleres literarios; escribir no siempre equivale a ser escritor.
Entonces surge la duda: ¿publicar es lo que define a un escritor? ¿Puede alguien serlo sin haber publicado jamás? Publicar, en realidad, solo confirma algo que ya existía. Quien se entrega al acto de escribir, quien construye una novela o un poema con conciencia de oficio, ya ejerce la escritura, aunque nadie lo lea. Pensemos en un autor que pasa su vida escribiendo sin que ningún editor lo descubra. ¿Deja de ser escritor por eso? No. Su condición no depende de la mirada ajena ni del mercado.
Un ejemplo elocuente es el de Franz Kafka. Durante su vida apenas publicó algunos textos y pidió expresamente que todo lo demás fuese destruido al morir. Su amigo Max Brod desobedeció esa orden, publicó los manuscritos inéditos y, gracias a ese gesto, el mundo conoció “El proceso”, “El castillo” y “América”. Kafka murió sin saberse escritor, pero hoy su nombre es sinónimo de literatura. Su caso demuestra que el reconocimiento puede llegar después, pero la condición de escritor ya estaba en él, aun en silencio, mientras escribía.
La calidad, sin embargo, tampoco puede ser el único criterio. En las librerías abundan libros mediocres y, aun así, detrás de ellos hay autores que escribieron con la misma entrega. Ser escritor no depende del resultado, sino del impulso vital que empuja a escribir.
¿Y si alguien deja de hacerlo? ¿Pierde el título? Casos como los de Harper Lee, Cesare Pavese o Marguerite Duras muestran que no. Aunque en distintos momentos de sus vidas se apartaron de la escritura, su obra siguió respirando por ellos. Porque escribir, más que un oficio, es una forma de habitar el mundo, y mientras las palabras que dejaron sigan resonando, el escritor continúa existiendo, incluso en silencio.
Convertirse en escritor no se parece a obtener un título ni a aprender un oficio. Es más bien un despertar, algo que ocurre en la sombra y después ya no se puede desandar. Desde ese instante invisible, la escritura deja de ser elección y se convierte en destino. Tal vez ahí, en la urgencia de escribir para poder existir, comience verdaderamente todo.
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Hasta nuestra próxima historia…
Alfredo Musante Martínez
Director
La Liga de Autores
