
El mes de septiembre siempre me recuerda a aquellos que dejan una huella imborrable en nuestra vida. Para mí, ese recuerdo es Mons. Mecchia. Su carácter firme y sus convicciones profundas podían incomodar a algunos y cautivar a otros, pero quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, descubrimos un hombre de bondad y compromiso, capaz de abrir su corazón solo a quienes lograban acercarse con sinceridad y respeto. A pesar de la diferencia de edad, su amistad fue un regalo invaluable que dejó en mí un sentimiento profundo de afecto y admiración.
Nació en Friuli, Italia, en 1921 y llegó a la región de Los Polvorines en 1957, donde fundó la Parroquia Inmaculado Corazón de María y la Escuela Parroquial. Su entrega a la educación y la evangelización fue constante. Siempre buscó formar a jóvenes, sacerdotes y familias, guiándolos con el ejemplo más que con palabras. La relación que mantuvo con el papa Francisco en sus años de formación ilustra su influencia: Bergoglio lo recordaba como un maestro que enseñaba con actos, con ternura y preocupación por los demás, inspirando el celo pastoral que luego marcaría su vida.
Se dedicó a los más necesitados de manera discreta y silenciosa. Ayudaba a estudiantes consiguiendo becas o apoyo económico, sin buscar reconocimiento alguno. Creó cuatro escuelas y promovió la educación como herramienta de transformación. Su legado educativo y social fue tan sólido que aún hoy se lo recuerda con respeto y gratitud. Su carácter fuerte y temperamental, a veces cortante, reflejaba la intensidad de su entrega; una lucha constante para equilibrar disciplina y misericordia en su ministerio.
Tuve la fortuna de contar con su apoyo en numerosos proyectos, incluido EL ALFA Y LA OMEGA, donde fue un impulsor clave en la estructuración del programa. En 1991, cuando surgió la Guerra del Golfo, su confianza permitió formar grupos de oración en parroquias, motivando a hombres (en particular) a rezar el Rosario, demostrando que su guía trascendía lo institucional y llegaba al corazón de la comunidad.
En agosto de 2004 consagró los estatutos de nuestra productora al Inmaculado Corazón de María, en un acto íntimo, solo con quienes participábamos de la iniciativa. Recuerdo con especial emoción que bautizó a mi hija María Ariadna, el 17 de diciembre de 2005, un gesto que quedó grabado para siempre en mi memoria y en la historia de nuestra familia, mostrando su cercanía y afecto de manera tangible y personal.
Partió a la Casa del Padre el 11 de septiembre de 2010, dejando un vacío difícil de llenar, pero un ejemplo de vida y entrega que sigue inspirando. Es un honor recordar a Mons. Mecchia, un sacerdote que me permitió crecer como persona, agente de pastoral y comunicador social. Su legado de fe, educación y amor al prójimo permanece vivo y continúa guiando a quienes tuvimos la fortuna de cruzarnos en su camino.
Alfredo Musante Martínez
Para ANUNCIAR Informa (AI)