Es la madre de todas las películas de invasiones alienígenas. En puridad, no fue la primera. Un par de años antes se habían estrenado otros dos clásicos del género, El enigma de otro mundo (1951) y Ultimátum a la Tierra y, tan sólo unos meses antes del estreno de la que comentamos, Invasores de Marte y Llegó del más allá.
Sin embargo, ninguna de ellas dio verdaderamente con la fórmula exacta. El enigma de otro mundo tenía a un solo extraterrestre y la acción permanecía confinada a una aislada base polar. Ultimátum a la Tierra presentaba una amenaza a la humanidad, sí, pero él alienígena en cuestión era benevolente y paternalista, y se demostraba que el verdadero peligro para la humanidad era ella misma. En cuanto a Llegó del más allá, aunque introducía seres de aspecto repelente que secuestraban humanos, resultaba al final que lo único que querían era reparar su nave y dejarnos en paz.
No, el género de invasiones alienígenas que inauguró realmente uno de los subgéneros prevalentes en el cine de ciencia ficción de los cincuenta fue La Guerra de los Mundos.
Los habitantes de una moribunda civilización del planeta Marte llegan a la Tierra a bordo de una suerte de proyectiles que los astrónomos toman inicialmente por meteoritos. Mientras se encuentra disfrutando de unos días de asueto en California, el doctor Clayton Forrester (Gene Barry) recibe una petición de ayuda por parte de las autoridades de una población cercana para que investigue uno de esos meteoritos.
Cuando se dan cuenta de la naturaleza del misterioso cuerpo, tres vecinos dejados de guardia junto al todavía caliente artefacto se acercan para saludar a los seres de su interior, pero son incinerados por un rayo vaporizador. Los militares no tardan en entrar en escena y entonces es cuando el “meteorito” se abre descubriendo en su interior unas máquinas de guerra voladoras. Por todo el mundo se producen ataques similares. Los marcianos disponen de una tecnología tan avanzada que nada que los humanos les arrojen parece surtir efecto, ni siquiera el arsenal atómico. Mientras tanto, los extraterrestres avanzan destruyéndolo todo.
La novela La Guerra de los Mundos, escrita por H. G. Wells en 1898, había sido la primera en plantear de forma verosímil y realista una posible invasión alienígena. De hecho, fue este libro el que estableció el estereotipo de los malvados hombrecillos verdes con tentáculos que tanto explotaría la literatura pulp de los años treinta en Estados Unidos.
La Guerra de los Mundos, sin duda, ofreció la invasión extraterrestre visualmente más lujosa que el cine de la época podía ofrecer; las películas que la siguieron carecieron del abultado presupuesto necesario no solo para poner en escena algo equivalente, sino siquiera para rodar en color.
Puede que los curtidos aficionados del siglo XXI encontremos motivos más que suficientes para levantar las cejas y sonreír con condescendencia ante determinados momentos de la película. Pero ello no le quita valor. Fue un film innovador, muy bien realizado e influyente, y estos son motivos más que suficientes para que merezca nuestro respeto.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Jorge José López
-Este artículo esta publicado en el boletín digital, número 32, que corresponde al mes de Julio de 2022.