Se entiende por comunidad eclesial como un grupo de personas que se agrupa libremente para celebrar su Fe, apoyarse y acogerse, desde la experiencia viva del resucitado.
En Hechos de los apóstoles encontramos muchos ejemplos de cómo los primeros cristianos compartían en comunidad, brindándose, seguridad material y emocional, motivándose continuamente para poder llegar a una meta compartida: la salvación. Ese debe de ser el principio fundamental de cualquier tipo de comunidad cristiana: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hechos 2, 44:47).
La experiencia personal con Cristo interpela la propia existencia del Cristiano y de una vida comunitaria vivida en fraternidad, desde y para el otro y hoy me pregunto con afanada suspicacia si nuestras comunidades eclesiales son expresión viva de aquellas comunidades cristianas primitivas dispuestas a acoger, perdonar, enseñar, dar y recibir libremente, en señal de fidelidad a la memoria histórica de Jesús.
El mismo Papa Francisco nos ha recordado sobre la importancia de caminar codo a codo con nuestros hermanos, de apoyarnos como lo hacían los primeros cristianos, acompañandose en momentos difíciles, corrigiéndose de manera fraterna, respetándose mutuamente y luchando contra el enemigo a través de la oración, para lograr así el fin último de los hombres: Dios. En esto radica la razón de ser de las comunidades cristianas, en ayudar a nuestros hermanos a obtener juntos la salvación.
Y concluyo resaltando que una verdadera comunidad eclesial surge en el interior de la iglesia, en el momento que se abre a la solidaridad avivada por la fuerza de la Eucaristía y con las gracias suficientes para seguir el camino de la santidad, desde el encuentro diario con los demás que nos recuerda que somos seres sociales y que siempre estamos acompañados por nuestros hermanos porque ¡nadie se salva solo!
Aprovechemos, entonces, este tiempo de adviento para recrearnos en la imagen VIVA de la Sagrada Familia en Belén y la manera como desde aquella “chocita” surgió la primera comunidad eclesial como iglesia doméstica, siendo María y José los anfitriones de los pastorcitos, de los reyes magos y de todo aquel que se acercase a presenciar el nacimiento del Salvador, en el marco del clima hospitalario y fraterno de una familia que cambió la historia de la humanidad.
Hemos avanzado bastante.
¡Contemos la historia!
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 49, que corresponde al mes de Diciembre de 2023.