La muerte es un tema inevitable y parte de nuestra existencia. Aunque muchos prefieren no mencionarla o ni siquiera pensar en ella, la realidad es que está presente en nuestras vidas. A pesar de los avances científicos, la humanidad aún no ha encontrado la manera de detener este ciclo natural de la vida, y probablemente nunca lo hará.
Este es el tema de tapa de este mes de noviembre de nuestro boletín digital ANUNCIAR Informa. En este contexto, se vinculan dos celebraciones aparentemente opuestas: Halloween y el Día de Todos los Santos. Estas festividades, una oscura y la otra luminosa, representan dos visiones muy distintas sobre la muerte y lo sobrenatural.
¿Por qué mencionarlas juntas? Porque Halloween, desde hace bastante tiempo, ha ido infiltrándose en diversas sociedades alrededor del mundo, rompiendo barreras culturales, de estilo de vida e incluso religiosas. Esto es especialmente evidente en el catolicismo, aunque muchos creyentes se opongan oficialmente a esta celebración.
Puede que te estés preguntando, ¿cómo es posible que un católico participe de Halloween si es una festividad opuesta a sus creencias? Te cuento que, por experiencia propia, he visto cómo familias católicas asisten a misa dominical, pero a su vez permiten que sus hijos se disfracen y participen en esta celebración. Incluso en algunas escuelas católicas ocurre lo mismo. Cuando se les pregunta por qué lo hacen, suelen decir que es solo una diversión, que no tiene nada de malo que los niños se disfracen y vayan a pedir dulces. La mayoría considera que Halloween es simplemente una actividad más para que los pequeños sociabilicen.
Es importante destacar que no hay nada de malo en que los niños se disfracen, siempre que lo hagan con un espíritu de diversión sana, como vestirse de vaquero o princesa y recorrer el vecindario pidiendo golosinas. El problema surge cuando olvidamos a Dios y el significado espiritual se desvanece, permitiendo que la fiesta se centre en disfraces que glorifican el mal, el miedo y lo oscuro. Es el momento justo cuando cortamos el “hilo primordial” que nos une a Jesús y nos involucramos en festividades que no tienen nada de divertido ni de valores que glorifiquen la vida.
El diablo no tiene poder por sí mismo, sino que actúa a través de las acciones de las personas. Tal vez, sin darnos cuenta, al celebrar Halloween de ciertas formas, estamos invitando al mal a entrar en nuestras vidas. Hace 50 o 200 años, la celebración de Halloween en la sociedad cristiana norteamericana no tenía las connotaciones oscuras que tiene hoy. En aquel entonces, los disfraces eran inocentes y festivos: zanahorias, bomberos, sheriffs. No había nada perturbador en ello. Sin embargo, con el tiempo, la fiesta se fue distorsionando, adoptando elementos de brujería, ocultismo, esotérico, y los disfraces se volvieron cada vez más macabros y sangrientos.
Por eso, creo que esta es una oportunidad para reflexionar sobre la muerte desde una perspectiva cristiana. Para nosotros, los cristianos, la muerte no es el final, sino el comienzo de una nueva etapa. Si creemos en las promesas de Jesús, podemos ver la muerte desde otro ángulo, como una transición hacia algo mayor. Aquí es donde entran los santos, que representan ejemplos de vida, y también podemos pensar en nuestros seres queridos que ya no están con nosotros. Algunos dejaron un legado, otros tal vez pasaron desapercibidos, pero todos, de alguna manera, nos enseñaron algo valioso.
En lugar de permitir que los niños se vistan con figuras que evocan la muerte, el miedo o la oscuridad, podemos aprovechar este tiempo para enseñarles sobre nuestros antepasados. Sentémonos con ellos, miremos fotografías de familiares que no llegaron a conocer y contemos sus historias. Hablemos de los valores que nos inculcaron, de sus aciertos y también de sus errores, para que aprendan a vivir mejor. Así, podremos mostrarles que la vida tiene otro sentido, más allá de lo que la sociedad de consumo nos impulsa a creer.
Recuerdo una reflexión que hizo mi compañero de radio, Carlos Guzmán, hace algunos años en uno de nuestros programas de El Alfa y la Omega. Él proponía que, en lugar de vestir a los niños con disfraces que glorifican la oscuridad o el sufrimiento, en Argentina, por ejemplo, podríamos disfrazarlos de gauchos o paisanas, y recorrer el barrio repartiendo pequeños banderines de nuestra bandera y recuperar nuestra identidad, nuestra cultura.
De esta manera, volveríamos a nuestras raíces, a nuestras tradiciones, que son sanas y llenas de significado, alejándonos de lo oscuro y esotérico en lo que se ha convertido Halloween.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Alfredo Musante
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 60 que corresponde al mes de noviembre de 2024.