
Ha sido un hallazgo muy retador descubrir hasta qué punto todos los hombres y mujeres tenemos almas de cristal y cómo, también, tenemos ese cristal rajado en algún rincón de nuestra alma, dejando que lo mejor de la vida se nos escape a través de esa hendidura.
Tal vez logre expresarme mejor si enmarco esta antesala en algo que me ocurrió hace algún tiempo. Durante mi primera experiencia laboral me tocó compartir -codo a codo- con una mujer de marcada hostilidad. En un principio, buscaba yo “torear” y hacerme la desentendida, por un asunto más de practicidad que otra cosa. Sin embargo, a medida que transcurrían los meses la situación se iba tornando más hostil, hasta el punto que un buen día, en medio de la jornada laboral, irrumpí con una pregunta que quizá fue descortés: “¿No será, -dije- que en tu vida hay un problema de injustica o abandono no resuelto y que ante cualquier emplazamiento sangras por esa herida? ¿por qué reaccionas así?, soy tu compañera, insistí, no tu enemiga”.
Mi compañera reaccionó impávida y para mi sorpresa me contó que había vivido muchos años oprimida por el falso amor de su madre quien hacía injustas distinciones entre sus hijos, al tiempo que presumía mucho amor, siendo esto último lo que más la quebraba. El cristal del alma de mi compañera estaba rajado por falta del amor básico. Y siempre veía toda situación bajo el triste escenario de un amor equívoco como el que tantos años la hizo sufrir.
En la vida, por una u otra vía, siempre vamos a toparnos con este tipo de escenarios que necesariamente deben ser recreados en la fe para que así adquieran un sentido próspero. Con esto no quiero decir que el camino de la fe resolverá el conflicto del todo, pero sí será capaz de enmendar esos cristales rotos desde otra perspectiva.
Igualmente, a quienes nos apasiona escribir o comunicar, experimentaremos con frecuencia toparnos con alguien a quien tocamos en una herida y que leerá y/o escuchará -no lo que hemos escrito o dicho- sino lo que determinadas frases provocan en él o en ella. Por ejemplo, si hablamos de la alegría de Dios, como Padre, aquella persona herida se sentirá golpeada si tuvo un padre borracho o maltratador, porque para esa persona nunca será determinante el concepto de la paternidad. Si hablamos del verdadero gozo que da el vivir, desconcertaremos al permanentemente fracasado y así llueven los ejemplos
Dicho lo anterior, nadie puede afirmar no alojar algún rincón quebrado en su alma. Y el hombre puede simular ser fuerte y poderoso, pero aún con pedazos de alma de cristal. De ahí que todos tengamos gran responsabilidad en nuestras relaciones con los demás, jugando -sin darnos cuenta- a quebrar el cristal de otras almas.
Y concluyo este texto afirmando que me encanta la gente que “muy a pesar de” su alma quebradiza, aprende a superarse a sí misma y a “reconstruir” ese cristal roto que lleva dentro de sí.

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 65, que corresponde al mes de abril de 2025.