
A veces siento que hay personas que se van demasiado pronto y dejan un vacío que no se llena ni con tiempo ni con palabras. Juan Carlos era de esas personas que transformaban cualquier encuentro en algo memorable. Recuerdo claramente nuestro primer café a solas en un pequeño bar cerca de la editorial San Pablo en Buenos Aires. Entre risas y charlas surgió una conexión profunda, como un confesionario donde ambos compartimos lo que llevábamos dentro. Su capacidad de escuchar y comprender, para luego entregar la palabra precisa que necesitabas, era simplemente única.
Cuando supe de su partida a la Casa del Padre, la noticia me llegó por su amigo y eterno colaborador, Alfredo Repetto. En esa noche de tristeza, al recibir su llamado, sentí que se me había ido una parte de mi propia historia. Me detuve en el silencio, sin palabras, con el corazón apretado, y comprendí cuán egoísta puede ser el amor profundo por alguien que se vuelve parte de ti. Los recuerdos comenzaron a llenar ese vacío, y años después, al recibir de su esposa Inés algunos ejemplares de su obra “Una Azucena para Verónica”, donde mi nombre aparecía en los agradecimientos, entendí nuevamente su generosidad y su constante gratitud hacia quienes lo acompañaban en su camino de fe y servicio.
Juan Carlos sabía hacerse pequeño para que otros brillaran. Siempre confiaba y apoyaba, dando espacio a las ideas de quienes lo rodeábamos. Tuve la fortuna de contar con su voz y talento para mi obra radial “El viaje que cambió al mundo”, donde dio vida a Cristóbal Colón. Su guía, sus consejos y su manera de tranquilizar mis miedos ante nuevos desafíos no tienen valor monetario; son un legado de amistad y enseñanza que jamás olvidaré.
Su entusiasmo y creatividad también dejaron huella en otros proyectos, como “El Confesionario del Tiempo”, donde sus sugerencias y brillante perspectiva me ayudaron a dar forma a ideas que, aunque inicialmente relegadas, marcaron un camino en la construcción de relatos futuros. Su apoyo fue constante, incluso en los momentos más exigentes de nuestro trabajo radial.
Con orgullo recuerdo que en la emisión número 500 de nuestro programa, Juan Carlos Pisano y Tito Garabal condujeron juntos por primera y única vez, un hecho irrepetible en la historia de nuestro ciclo. Esa colaboración, llena de profesionalismo y camaradería, refleja la esencia de quien fue Juan Carlos: un amigo, un comunicador, un hermano de la vida, siempre dispuesto a enseñar, a acompañar y a inspirar.
Él me enseñó que Dios coloca en nuestra vida a las personas adecuadas para llenar los vacíos con amor, sabiduría y ejemplo. Para mí, Juan Carlos Pisano fue eso y mucho más: un maestro en la vida y en el arte de comunicar.
Para conocer más la labor de Juan Carlos Pisano | anunciarcontenidos.com.ar/elmagodelafe/
Alfredo Musante Martínez
Para ANUNCIAR Informa (AI)