
Me permito llamarte Francisco, y sé que no tendrás inconveniente con ello porque tu vida salta todas las distancias y anima a acercarnos, en las cosas más simples y cotidianas de la existencia, dejando atrás la rigidez de las estructuras encerradas en sí mismas que en lugar de acercar y corregir fraternamente, alejan: cuando Jesús curaba a alguien, elegía acercarse: “Jesús extendió la mano y lo tocó” (Mt. 8-3)
Recuerdo vivamente una álgida confrontación en la que un grupo de personas, -en el curso de un encuentro social-, profesaban abiertamente ciertos improperios hacia “La Iglesia”. La forma como tu propio testimonio de vida, Francisco, rescató en mí la más sutil invitación a responder con serenidad, sin detener la marcha del Espíritu Santo hacia la verdad, es algo que jamás olvidaré…
Y es que “…la alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (Jn. 16,22). Los males de nuestro mundo -y los de la Iglesia- no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada del creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm. 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña. A cincuenta años del concilio vaticano ll, aunque nos duelan las miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos, el mayor realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor generosidad”. (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual).
En este orden, no hay verdad filosófica, ni científica, mucho menos estructural más grande que el AMOR, capaz de reformar -a través de las palabras de ternura y gestos concretos-, cualquier realidad mundana fingida, en un mundo desgarrado y herido por múltiples realidades.
Me permito llamarte Francisco, desde aquel día que hojeé por vez primera la “Amoris Laetitia” y comprendí que es preciso recuperar la mirada de los niños (Jn. 18, 1-5), frente a la injusticia, al abandono y el desamor, porque llevan siempre -los niños- la mirada de Dios y, por tanto, la alegría del amor que se vive en las familias es la más fiel forma de evangelización, motivo de júbilo para la Iglesia.
Me permito llamarte Francisco, porque hiciste resonar en mí -una vez más y tal vez sin comprenderlo del todo- el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Y así, redescubro mi identidad laical como esposa, madre y profesional, desde una dimensión renovada que aprende -también- de la Santidad de la puerta de al lado: “… los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esa constancia de seguir adelante día a día, veo la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “a clase media de la santidad”. (Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual).
Me permito llamarte Francisco, al dejarme sorprender por “AQUEL” que nos amó y nos impulsa a la valentía de soñar en grande, porque los días mejores están por venir…
“Dilexit Nos” (…)

Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 66, que corresponde al mes de mayo de 2025.